Un día
aprendí a no esperar tus llamadas, ni mensajes. Un día me di cuenta que no te
necesitaba para ser feliz. Que lo tenía todo para serlo. El resto solo es añadidura, pero no una añadidura
necesaria, sino opcional.
Es feo
quererte sin que me quieras. Es feo llamarte y que no me respondas o que te
rías de mis opciones de vida, o que simplemente seas indiferente a mis planes, incluyéndote.
Tengo dos
caminos: seguir contigo (físicamente y mentalmente) o despegarme y seguir
avanzando. Creo que ya escogí mi camino y aunque me cueste -al comienzo- porque suelo ser
sentimental y a veces jodidamente llorona, sé que pronto pasará. Ya me pasó
antes y ¿sabes qué? Pasó.
No tengo
miedo a la soledad, no importa si viene por kilos o litros. Solo quiero estar
en paz y en un estado equilibrado. Sin la angustia de tus ausencias, ni la angustia de que si
me amaras o no.
Hoy por hoy, te digo que de mi boca salen cosas que esa parte de mi cerebro ya no sienten. Seguiré usando el Metropolitano,
seguiré ahogándome con los olores de la gente de miércoles pero lo haré sola.
Usaré
todos los días esa estación donde alguna vez me prometiste 99 años de felicidad, pero ya
no sentiré lo mismo. Es más, algún día, simplemente ya ni lo recordaré.
Y es que es
así. Bueno, así soy yo. Cuando amo, lo hago con el alma (hígado, riñón, ojos,
nariz, etc) pero cuando dejo de amar, (o me desilusiono) ni Dios lo cambia.